La llegada de los aliados a los campos descubre la magnitud del Holocausto

01/Sep/2014

ABC, España, Víctor Javier García Molina

La llegada de los aliados a los campos descubre la magnitud del Holocausto

Los nazis montaron para
su propio beneficio una industria dedicada al genocidio y a su aprovechamiento
económico
El 16 de abril de 1945,
las tropas norteamericanas encuentran en el campo de concentración de
Buchenwald los cadáveres de centenares de prisioneros asesinados en masa
Montañas de ropajes,
zapatos, abrigos, enseres, relojes, restos de vidas… Un silencio sepulcral,
roto solamente por murmullos, quejidos, pronunciados en medio de la niebla, por
algo parecido a seres humanos, más bien cadáveres andantes. En las fosas, miles
de cuerpos inertes apiñados. Y en los trenes de transporte. Y en los hornos. El
Horror. El olor de la muerte… Las tropas de avanzada del Ejército Rojo acababan
de descubrir Auschwitz, quizá el más importante de los campos de exterminio
levantados por los nazis. Antes, en su imparable avance desde el éxito de la
Operación Bagration, habían entrado en Majdanek, Belzec, Sobibor, Treblinka…,
previamente evacuados por los germanos en retirada. En abril de 1945, los
americanos llegarían a Buchenwald, otro de los más importantes campos,
diseñados, edificados y dirigidos para dar cumplida respuesta al más abyecto de
los objetivos: la Solución Final.
La «Shoa»
Realmente no hay palabras
que puedan definir el horror de los campos de exterminio: las torturas, los
experimentos médicos aberrantes, la mano de obra esclava, las inhumanas
condiciones de vida, las «duchas» con el gas zyklon B… Y sin embargo se tenía
que haber sabido. Hitler lo había dicho. Los nazis lo habían dicho. Iban a
ocuparse de la «cuestión judía» de una vez por todas y para siempre. El
Holocausto. El genocidio judío. La Shoa. Más de seis millones de seres humanos
exterminados y cerca de nueve millones de víctimas en total. Porque no todos
fueron judíos. También gitanos, homosexuales, prisioneros de guerra eslavos,
comunistas, opositores al régimen nazi, enfermos mentales, disidentes…, y
quienes quedasen fuera de los parámetros de la «pureza racial» aria: todos
ellos fueron a parar a los campos de la muerte.
Más de 6 millones de
judíos exterminados y 9 millones de víctimas en los campos
Y no sólo fueron los
nazis. Los ustacha croatas y el campo de exterminio de Jasenovac, que horrorizó
incluso a los dirigentes de las SS, donde serbios, gitanos, judíos y otros
considerados «indeseables» fueron sistemáticamente asesinados. Y también la
población local de muchos de los países ocupados fue colaboradora activa del
Holo causto: en Polonia, en las repúblicas bálticas, en Ucrania, donde el
antisemitismo alimentado durante siglos encontró su necesario catalizador en
las doctrinas nacionalsocialistas. Y los gobiernos: la Francia de Vichy, el
gobierno de la Cruz Flechada en Hungría, la Rumanía de Antonescu, Josef Tiso en
Eslovaquia. Pero también hubo países que se negaron a cooperar, como Bulgaria,
o en los que la población ayudó de una manera decidida y decisiva a salvar a
esa parte de la población estigmatizada, como Dinamarca.
Escalada
En marzo de 1933, a los
pocos meses de la llegada de Hitler al poder, se abría el campo de Dachau. Fue
el primero. Pronto se crean nuevos campos, que se llenan de opositores, y se va
conformando una legislación cada vez más restrictiva para la población de
origen judío, que desemboca en las Leyes Raciales de Nüremberg de 1935. El
clima de antisemitismo creciente estalla el 9 de noviembre de 1938 en la
llamada «Noche de los Cristales Rotos», un ataque coordinado a sinagogas,
centros culturales, casas y negocios regentados por judíos. Los judíos son
señalados, obligados a registrase y recluirse en guetos. El paroxismo del
horror se alcanza durante la Segunda Guerra Mundial tras la invasión de la
URSS. Las matanzas indiscriminadas perpetradas en los territorios ocupados por
los alemanes dan paso a pogromos más o menos organizados. Pero no es
suficiente. El exterminio es lento, se dispersan recursos logísticos. La
conferencia de Wannsee de enero de 1942 intenta dar respuesta a estos
«problemas» y sella el destino de millones de hebreos de toda Europa. Serán
exterminados sistemáticamente.
Desde 1942 hasta el
último aliento del régimen nazi, miles de trenes llevarán a millones de judíos
a los campos de exterminio. Y si es cierto que todos los contendientes abrieron
campos de concentración para albergar prisioneros de guerra (algunos incluso
con condiciones atroces, como los que sufrieron los exiliados republicanos
españoles en Francia o los campos de prisioneros soviéticos en Siberia), sin
embargo, la sistematización de la muerte y su aprovechamiento económico,
convertida en industria al servicio del genocidio, fue privativo de los nazis y
sus campos, en favor del Reich y sus organizaciones, principalmente las SS. En
los meses finales de la guerra, los aliados lograron desmantelar este criminal
entramado, en el que no deja de sorprender la total falta de empatía de todos
sus colaboradores, independientemente de su grado jerárquico y responsabilidad,
con sus víctimas.
La pesadilla de los
campos acompañará para siempre a la humanidad como una de sus peores sombras.
La conferencia de Wannsee
Con Hermann Göring,
Rein­hard Heydrich, Adolf Eichmann y Heinrich Himmler como prin­cipales
instigadores, se celebra el 20 de enero de 1942 en el Castillo de Wannsee una
conferencia para alcanzar una solución definitiva al «problema judío». Enviar a
los judíos al Este para que sobrevivan —los que puedan— como mano de obra
esclava o deportarlos a Mada­gascar ya han sido descartados. El «remedio» es el
asesinato sistema­tizado en campos de exterminio: la Solución Final. Se elige
Polonia para la ubicación de la mayor par­te de dichos campos. Cuenta con la
mayor población de judíos de Euro­pa y resolverá problemas logísticos. Es el
comienzo del genocidio siste­matizado y organizado.